Por Diego Ontañon
Sin lugar a dudas la isla Elefantina es uno de mis lugares con mucho encanto por su originalidad y porque uno no piensa que en tan poco espacio se pueda pasar un rato verdaderamente inolvidable.
Nosotros desembarcamos en la isla Elefantina al amanecer, cuando el Nilo todavía parece de seda y Asuán bosteza al otro lado. El barquero nubio amarra la barca a una orilla de arena y nos da la bienvenida con un “salaam”. El aire huele a agua dulce y a pan recién horneado: es la señal de que este paseo será lento, curioso y cercano.
El sendero principal nos guía entre caseríos nubios pintados con azules, ocres y dibujos geométricos. Los niños nos saludan desde las puertas; en un patio, una señora trenza cestas de palma y ofrece karkadé frío. Caminando se entiende que Elefantina no es museo al aire libre: es un barrio vivo sobre un yacimiento milenario.
Llegamos a las ruinas del Templo de Khnum, el dios carnero guardián de las fuentes del Nilo. Entre bloques de granito y muros cansados se intuye la planta del santuario, levantado y rehecho por faraones, ptolomeos y romanos. A pocos pasos aparece el nilómetro, un pozo escalonado que durante siglos midió el nivel de la crecida para prever cosechas e impuestos. Asomarse a su profundidad es mirar el reloj de agua de Egipto.
Seguimos hasta el Templo de Satet y el de Anuket, diosas de la catarata y de la fertilidad. Las estelas y restos de murallas recuerdan que aquí comenzaba la primera catarata, frontera del país y llave de rutas comerciales hacia Nubia. En la cresta del asentamiento, las vistas abarcan la corriente salpicada de islotes, las canteras de granito en la orilla oriental y, río arriba, la alta presa recortando el horizonte.
El Museo de Asuán aparece discreto entre palmeras. Sus salas exhiben estatuillas, relieves y objetos hallados en la isla: una cronología compacta que va de las primeras dinastías al período copto. Fuera, un guardia nos indica un camino que baja a la orilla: barcas de madera esperan a quien quiera rodear la isla por el canal occidental.
Aceptamos el paseo en “faluca”. Al deslizarnos junto al agua, un guía señala las rocas pulidas que dieron nombre a Elefantina “Abu”, en egipcio antiguo, porque evocaban colmillos y lomos de elefantes. El viento sopla la vela, los manglares de papiro susurran, y por un minuto el Nilo parecería intacto desde tiempos de ancestrales.
De vuelta en el poblado, almorzamos pescado a la brasa con pan esh y ensalada tahina. Antes de partir, cae el sol y tiñe de cobre las fachadas. Compramos una pequeña vasija de barro: una memoria portátil del río. La faluca se suelta, la isla se aleja y entonces es fácil entender por qué Elefantina fue, durante milenios, puerta y centinela… un lugar donde la historia se confunde con la corriente, y donde cada visita es una conversación intima con el imponente y a su vez romántico rio Nilo.
Vive un día mágico en la Isla Elefantina¡
Aistamtie biawm sihriin fi jazirat alfilati!
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